sábado, 19 de enero de 2013

El Troglodita del Rock

Acaba de aparecer el libro Días Felices, una publicación que recopila artículos de la revista Sótano Beat, con decenas de episodios sobre el rock y otros sonidos juveniles entre los años 57 y 83. De ese vasto recorrido rescatamos la historia del desaparecido Jean Paul “El Troglodita”, un rockero olvidado cuyo legado musical merece ser reconocido.

Por Raúl Mendoza

Fue el primer gran ‘performer’ del rock’n roll peruano. Mientras interpretaba sus temas, saltaba, se tiraba al piso, rompía micrófonos y fluorescentes, daba gritos. Alguna vez incluso destruyó la escenografía de un programa de TV al que lo habían invitado. Se llamaba Enrique Roberto Tellería Dávila, pero su nombre de famoso era Jean Paul “El Troglodita”. Fue una estrella en los años 60, vendió muchos discos y, aunque hizo música que a cualquier artista le hubiera valido el recuerdo imperecedero, la historia no lo ha reconocido como se merecía.
“Por su vasta producción de rock’n roll, nueva ola, adaptaciones y un disco tan contundente como Vudú, Enrique Roberto Tellería Dávila debería haber sido aclamado por el público del rock [...] en lugar de haber acabado en algún rincón olvidado de la nueva ola, como invitado de relleno en talk shows, en alguna nota en la prensa lumpen o en esos espectáculos monses en los que tenía que mendigar un poco de atención. Él, que fue un monstruo de los sesenta, un auténtico salvaje del rock’n roll”. Así lo perfila y define un artículo del libro Días Felices.
“El Troglo” –como lo llamaban los amigos y fans– empezó a cantar en 1961. Era uno de los tantos jóvenes que aparecieron bajo el influjo del rock’n roll llegado al Perú apenas un lustro antes con “Al compás del reloj” de Bill Halley y sus Cometas. Aunque participó en varios concursos de canto nuevaolero, lo suyo era el rock’n roll. Su oportunidad llegó cuando en una competencia el grupo Los Delfines del Callao se quedó sin vocalista. Era el momento que esperaba.
“Me dijeron que su cantante era el único que sabía cantar ‘What I Say’. Yo les dije: ¿La de Ray Charles? ‘Yo también la sé cantar, pero a mí lo que me gusta cantar es rock’n roll, yo soy rockero’. [...] El grupo era Los Delfines del Callao, por la noche canté con ellos ‘What I Say’ y gané. Le gané a Los Silverton’s, a Los Cricket’s. Ganamos un contrato para cantar en Show de Shows, lunes, miércoles y viernes, con 700 soles por programa”, le dijo en una entrevista a Diego García, editor del fanzine Sótano Beat, que el libro ha recogido.

Troglodita soy

Su nombre artístico nació cuando un buen día vio la película Europa de noche y ahí salía un tipo bajito con un mazo, cantando rock’n roll con un grupo de pelucones y destruía todo el escenario, se tiraba al suelo, les mordía las piernas a las mujeres. Ese pata lo dejó alucinado y de ahí copió su estilo transgresor y salvaje. Sus actuaciones se volvieron alocadas, desatadas, malditas. El periodista Guido Monteverde lo bautizó entonces como Jean Paul “El Troglodita”, y el personaje se completó con un terno de leopardo que usaba en todas sus presentaciones.
Eran las épocas de las “matinales” en los cines, de cantantes de nueva ola como Gustavo “Hit” Moreno o Pepe Miranda; y de grupos de jóvenes que hacían rock de garaje como Los Saicos, Los Shains, Los Silverton’s o Los Yorks. Él fue contemporáneo de ellos, pero además fue precursor de “la enfermedad”: así se llamaba a la histeria colectiva que desataban cantantes como él con sus performances sobre el escenario. Algo que después Los Yorks, “Los padres de la enfermedad”, con su vocalista Pablo Luna, convertirían en su sello.  
El primer disco de “El Troglodita” se llamó Tengo un Mustang e incluía temas propios y adaptaciones de grupos norteamericanos. Grabó con el sello Disperú y, según contó, entre los años 65 y 67 ganó discos de oro, micrófonos de oro y otros premios por cantidad de discos vendidos. Cantaba junto a Los Saicos o los Golden Boys en la Gruta Azurra, entre La Colmena y Tacna, y también en cines del centro de Lima como el Tauro o el Tacna.

Vudú, el legado

Era el fin de los años sesenta, una época de rock, amor libre y drogas. Él no fue ajeno a su tiempo. Una nota periodística de 1968 da cuenta de una intervención policial en una discoteca en Miraflores y la describe como un templo de “marihuaneros”. En la foto que acompaña el artículo aparece “El Troglodita” con su traje de tela de leopardo, detenido junto al dueño del local. Eran los primeros meses del gobierno militar en el Perú y acabó yéndose del país. Anduvo por México, Guatemala, Panamá y Ecuador. Regresó al Perú en 1970 y dos años después grabó el que se considera su mejor disco: Vudú. Un viaje psicodélico en inglés y español.
Con este disco obtuvo muy buenos comentarios de la prensa especializada, aunque, según sus propias palabras, las ventas no fueron las esperadas. Eso ya no importa, con ese LP demostró su valía como cantante de rock. La disquera MAG incluso envió el disco a otros países y tuvo buena acogida en Centroamérica y Colombia. Pero después de eso nuestro personaje, poco a poco, empezó a perder vigencia y a desaparecer de la escena. Además, su afición al alcohol y otras adicciones le fueron pasando la factura.
“Era un gran músico, pero fue quedando de lado. Incluso en los 80 intentó reaparecer. Cuando se abrió la discoteca No Helden ahí estaba él. Hasta grabó un disco con temas españoles, tratando de mantenerse vigente”, cuenta Hugo Lévano, otro de los editores de Sótano Beat. Pero eran otros tiempos y Jean Paul “El Troglodita” fue cayendo en el olvido. Lo que le quedó fue participar de las remembranzas de la nueva ola, compartiendo cartel con antiguas figuras del género como Pepe Miranda, César Altamirano y otros que tenían un perfil más de baladistas. Así, como nuevaolero, lo recuerda mucha gente hasta ahora.
Diego García, editor de Sótano Beat, que lo entrevistó en el 2002, refiere que esa vez hablaron como tres horas y al final “El Troglodita” no quería dejarlo ir. “Se ofreció a llevarme a mi casa en un auto deportivo que tenía. Nos sentamos atrás y el iba adelante con su pareja. De pronto comenzó a acelerar como loco mientras tomaba licor de una botella. Era un sábado por la mañana y yo le decía ‘para, baja un poco la velocidad’, pero él seguía”, cuenta Diego. Así eran los acelerados días de “El Troglodita” cuando ya estaba en el crepúsculo de su vida.
Otra anécdota que Diego recuerda del artista es que, en algún momento de sus últimos años, él mismo vendía un calendario con su foto en donde salía desnudo. “Era un locazo El Troglodita”, cuenta. Eran años en que el artista llamaba a los empresarios de espectáculos para que lo dejaran participar en alguna presentación o le hicieran algún contrato. Muchos dudaban porque el hombre, víctima de sus adicciones, podía desaparecer de improviso y no cumplir con la presentación. O quizá dudaban de que siguiera siendo el cantante espectacular que había sido.


La muerte lo alcanzó un 29 de julio de 2004, después de Fiestas Patrias. Vivía solo, alejado de su familia. El rescate de su aporte a la escena musical peruana, incluido en Días Felices, le hace justicia y tiene palabras de despedida para su espíritu inquieto. “Vivió siempre con un pie en el acelerador, con pasión y riesgo [...] Su corazón no pudo soportar el beat acelerado al que lo sometió”. Más allá del recuerdo difuso que muchos tienen de él, habría que decir que fue un gran cantante, y un loco al que la música hacía entrar en combustión.

Publicado el 12 de agosto de 2012 en La República

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